miércoles, 16 de septiembre de 2009

El fuego rojo...



El sabio pidió al discípulo: "Si quieres continuar en mis enseñanzas, tráeme el fuego rojo que arde con pequeñas y lentas llamaradas."
Al discípulo le agradó que le pidiera tal cosa: había, en las montañas que rodeaban el monasterio, oquedades de las que emanaban cualquier tipo de fuegos desde las profundidades de la Tierra: fuegos amarillos, fuegos rosas, fuegos verdes...
Hacía muchos años que estaba en aquélla escuela, preparándose, y no iba a fracasar después de todo lo aprendido: de las ciencias del Universo y de la Tierra que ya conocía.
Tomó su mochila y comenzó a buscar.
Escaló rocas cada vez más altas, exploró grutas cada vez más oscuras y profundas, y encontraba fuegos de todo tipo: rojo con grandes llamas, rojo con ondulantes haces, rojo con llamas multicolor... pero rojo, y con pequeñas y lentas llamas...
Pasaron los días y las semanas.
En sus ojos sólo veía fuegos, pero no el fuego que buscaba.
Al fin, cansado y con la ropa destrozada, volvió al monasterio.
Relató que lo había intentado, incluso le había traído brasas de otros tipos de fuegos más hermosos que el que le habían pedido.
El sabio se levantó de su asiento y caminó por la estancia, en cuyas paredes, iluminadas por letras y pequeñas llamas de fuegos rojos había esculturas de antiguos guerreros.
Se detuvo ante uno de los recipientes con aquél carbón.
Miró al discípulo. -Aprendamos a ver lo que tenemos delante de los ojos. Aprendamos a percibir lo que está oculto desde siempre para nosotros, simplemente, porque no queremos verlo.-


1 comentario:

  1. Muy bello relato y lo más importante amiguis que es para honrar a tu esposo, el gran Maestro Mario. Felicidades.

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Te agradezco que te tomes tiempo para leerme...
Y ¡Gracias Totales! por dejar tu comentario.